Cruzó de esquina a esquina en diagonal y en eso consistió su pequeña rebelión y su libertad.
En el centro del cruce entre las calles todo parecía límpido. Las cosas se encontraban alejadas y el cielo inabarcable parecía pronto a caérsele encima .Los árboles amarillentos, las casas blancas y la vereda ocre conformaban una cotidiana armonía.En un frágil equilibrio, que lo animaba y le enfundaba descolocadas confianza y esperanza. Su mente bullía. Acaso podía ser la vida tan patética, para obligarnos siempre a permanecer alejados de nosotros mismos. Una mezcla de indignacion y liberado regosijo.
Por fin al pisar la otra esquina el equilibro se rompió y la dulce fantasmagoría desapareció. Se encontró en lo de siempre: lo directo, lo superficial, lo cercano y lo práctico
Dos cuadras para llegar a su casa, dormir y volver a trabajar. Como ayer y como todos los días anteriores que recuerda.
Sin embargo no hacía mucho que había dejado de ser libre, solo tres años de que dejara la secundaria, solo dos y dos tercios de que su madre le dijera que “no podía permitirse la facultad”.
Su padre yacía en una silla babeándose. Y claro, “estudiar es un lujo, los sueños solo sueños. ¿O no te enteraste que vivimos en la resaca de la humanidad? Siempre relegados, sobreviviendo neutros e infelices”
Ahora que recorría la vereda, todo era cercano y asfixiante. La pared al alcance de su mano, el cielo que se ve intermitentemente entre reja y reja. Y los árboles cuyas raíces levantan y rajan el piso dándole una apariencia abandonada en su vejez.
Y todo le parecía una triste alegoría: el antes libre y el ahora opresivo
Condenado a un trabajo rutinario, que le consumía todas las horas conscientes de su día. Maldiciendo y humillado, siempre humillado
Humillado por lo que imaginaba era el futuro, por la vida que le hubiera gustado tener, por las mujeres que le hubiera gustado poseer y entre ellas por aquella que le hubiera gustado amar.
Humillado entre papeles y sellos. ¿Quién pudiera abrazarlo para compartirle su inmensa miseria y soledad?
Veía a su jefe abrazando y sonriéndoles a sus hijos y no podía considerarlo una mala persona ¿pero acaso era inconsciente de la esclavitud a la que lo sometía? ¿De a lo que reducía su vida?
No podía odiarlo viéndole ser feliz con tanta sinceridad, aun después de los maltratos. ¿Quién sabe? Quizás lo maltrataba intuyendo el desprecio que sentía por si mismo, este pobre y envilecido; joven y avejentado empleado.
Este pervertido, cuyas miradas fugaces y perversas quizás alguna vez atrapó mientras observaban la virginidad de su nena. Deseándola, queriendo ensuciarla. Demoníaco y maldito a causa de su soledad ¿acaso no se justificaría así su desprecio?
Tuvo que apoyarse contra una pared, eran pensamientos pesados, se limitó a sufrir un poco. No caían lágrimas pero todo su ser se estremecía en silencio y dolor. Las lágrimas hubieran estado de más, no podía permitírselas odiándose como se odiaba. Eso era un lujo, solo la gente buena debería llorar, la gente pura. Y no el.
Se sentó. Y en la pequeñez del panorama pudo imaginar sentir el mundo girando bajo la gravedad. Su vivencia se limitaba en ser acompañado por la vitalidad de la tierra y el susurrante silbido del meditabundo viento. Moribundos dentro de la simetría del concreto, de las baldosas y las casas.
Y eso era así, una triste alegoría de si mismo, encerrado en su existencia como un árbol de ciudad. La triste alegoría de una vida poco atractiva, mecánica. Cerca y lejos de su esencia, conociéndola y saboreándola pero sabiéndola inalcanzable.
Su vida era eso, desencuentro, soledad, desprecio y momentos de loca e irreconocible libertad y alegría. Como la que puede sentirse dentro una celda al ver la luna.
*****
Miércoles, mañana jueves; luego viernes, sábado y después por fin domingo. 4 días para llegar a un último donde no haría más que lo mismo que ahora: nada. Simplemente esperar a que se realice el descanso de la carne, recuperarse del cansancio, con el objeto de no enfermarse y poder seguir trabajando.
Nada, no hacer nada.
Sus dedos tamborillaban rítmicamente la mesa ¿esperaba algo? Tomando mate en silencio, a un lado del objeto casi inanimado al que llamaba padre.
Permanecía con la mirada ausente, tamborillando, mientras el otro se babeaba. La luz incandescente, los muebles de madera oscura estorbando la visión de las paredes rosáceas encasilladoramente próximas. El olor a comida, los niños gritando, llorando o jugando ¿podría distinguirlo? Abismos anuales los separaban, dolores y humillaciones ¿Cómo comprenderlos? Simplemente ya no podía soportarlo.
Es miércoles ¿Por que salir a esta hora cuando al día siguiente debía trabajar? Caminaba por calles oscuras de apariencia poco amistosa. Hasta que por fin se sentó en el umbral de una casa que parecía abandonada.
¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿Cual era el significado de esto? Tomo un cigarrillo y mientras lo encendía comprobó si la puerta estaba abierta y lo estaba, no podía explicarse por que la curiosa inclinación a querer abrirla. Pero lo que le sorprendió aun más fue ver que la entrada estaba ordenada por velas encendidas cercanas a llegar a su cabo. Y directamente no entendió por que entrar como lo hizo.
Las velas adornaban todo, lo dominaban y le imprimían su color, su lucha contra la oscuridad, patética, apenas lograba alejarla centímetros y hacer visibles los contornos de las cosas.
No hacia frío como afuera, más bien era un ambiente calido. Y la razón se encontraba en la primera habitación que encontró a su izquierda donde pudo ver un piano de cola sin una pata y un hacha a su lado; ambos frente al fuego de una chimenea. Pero antes de notar la causa del calor vio los cuadros, una infinidad de cuadros. En las paredes como en el suelo casi apenas dejando espacios para caminar. De colores azulados, que se perdían en la oscuridad, sus combinaciones dibujaban siluetas que evocaban realidades y vivencias profundas.
No había mas muebles que el piano. Pero a su lado acostados en el piso se hallaban un hombre vestido de negro y una mujer desnuda. Las velas los iluminaban con su titilar, inconstante forma de generar luz. Sus cuerpos habían estropeado algunos de los cuadros.
Al acercarse aun más vio sangre al lado de ambos. Alarmado se acerco para ver, ella dormía placidamente y se veía hermosa, no pudo evitar excitarse al verla, a pesar lo grave de la situación. Era el brazo de el que con un corte profundo emanaba sangre sobre uno de los paños: parcialmente pintado y en el que sobre la pintura ya seca se veían cocaína, un tubito de papel y sangre que empezaba a llegar diluyendo en si misma los polvos.
Mirando a su alrededor pudo ver también botellas con diferentes bebidas alcohólicas, jeringas vacías. El fuego de la chimenea alimentado con la pata del piano, cuadros y paños inundaba la habitación con un humo de olor peculiar.
Dudo si marcharse, si quizás ir a buscar ayuda, se sentía en peligro y sin embargo no valoraba tanto su vida como para irse. Los amantes durmientes le atraían eso era lo único importante.
Levanto con bastante esfuerzo al muchacho, su larga cabellera tapaba su rostro. Mientras lo hacia el rozar uno de los pechos de la piba casi le detiene el corazón, tenía una erección y se sentía perverso y pequeño por esto.
Busco, con el peso muerto sobre su espalda, hasta encontrar el baño que por suerte también estaba iluminado por un par de velas que detrás de cristales azulados iluminaban siguiendo los diferentes matices del color. A su vez la luz de la luna se filtraba por un vidrio que se hallaba en el techo. También aquí había cuadros. Despejo el inodoro de estos y sobre este lo sentó. Con una sonda que encontró en el piso junto a la jeringa le hizo un torniquete por encima de antebrazo y dudando si era suficiente, arranco un pedazo de su camisa ya empapado de sangre y se la ato con fuerza haciendo presión sobre la herida.
Respiraba y parecía pasar una catarsis. Le Corrió sus cabellos para verlo. La luna lo iluminaba resaltando su palidez. Sus ojos eran de un azul tan intenso que era imposible no verlos, parecía que engullían la luz y solo dejaban tinieblas, perdiéndola eternamente en su profundidad.
Le pareció estar frente al hombre más hermoso del mundo, inspirador, único. Alegorizaba la muerte y la nostalgia. Esos cuadros embebidos de eternidad solo podrían haber sido pintados por él. Quizás inspirabase en sus propios ojos, quizás se volvió loco ya de muy chico al verlos por primera vez. Parecía verse todo el tiempo y el universo filtrándose por ellos.
Lo admiró y por un momento todo se centro en él. Como seguramente les sucedió a otros muchas otras veces atrás. Como quizás igualmente le había sucedido a aquella mujer desnuda y sucia con su virilidad.
Lo admiraba sentado cuando, con la voz hecho un susurro, le hoyo preguntar:
-¿Esta terminado?
-¿Qué cosa?- contesto entre lágrimas
-Aquel cuadro, con mi sangre, con mi sexo, con mi pintura, con droga, con perdición, amor, odio y esperanza… mi cuadro del caos
Dicho esto volvió a dormir.
domingo, 22 de julio de 2007
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